sábado, 31 de diciembre de 2011

La moda manda: las burbujas musicales en la música étnica.

Incluso en lo relativo a la música de raíz -en teoría menos afectada por los subidones comerciales del verano y por lo que chana en el programa televisivo del momento- todo está sujeto a la moda y a los gustos pasajeros.  Ya pasó con la música india: The Beatles, Camarón,... hubo muchos no indios que se encargaron de darle popularidad. Ravi Shankar fue pieza clave de aquel boom, y su colaboración en la banda sonora de la película Gandhi fue todo una aclamada obra que alargó la pasión mundial por los sitares. La música clásica india sigue siendo atractiva para el gran público, pero ha ido perdiendo fuerza en el tiempo y otros estilos como Bollywood o el banghra le han ido comiendo el terreno. Repartiéndose el pastel entre los tres, la música hindú ha ido se ha fragmentando perdido fuerzas en su conjunto.

Otro caso singular fue la pasión global que inició el Buena Vista Social Club (1999) Esta película y su banda sonora disfrutaron de un éxito sin precedentes y puso los sones, boleros y guajiras cubanas en la primera fila de la música mundial. En España este éxito fue aún mayor, pues ya estábamos familiarizados con la música tradicional de nuestra más querida ex colonia -quién no conocía a Carlos Puebla y sus revolucionarias canciones, los mambos de Pérez Prado o Benny Moré o la nueva trova de Silvio Rodríguez y Pablo Milanés- y, además, a Buena Vista se les unieron los ya conocidos sonidos de los "muchachos" de la Vieja Trova Santiaguera y un Compay Segundo que gustó más por su carrera en solitario -su María en la playa fue una especie de canción del verano alternativa-, formando un tridente bestial que arrasó con giras que pasaban por todas las capitales de provincia españolas. Pero todo lo que sube tiene que bajar y, como en el caso indio, la burbuja empezó a enfriarse con la desaparición de Compay, la retirada de la Vieja Trova  Santiaguera y la posterior deriva un tanto jazzística de Buena Vista, faceta que no acabó de cuajar del todo en nuestro país. No obstante, partíamos de un grupo de aficionados muy grande y no fue una caída en absoluto repentina. A esto contribuyó, sin duda alguna, el lanzamiento en 2003 del gran Lágrimas negras, el álbum donde El Cigala y Bebo Valdés fusionaron el flamenco y el jazz cubano, convirtiéndose en un fenómeno abiertamente mainstream. Fue el gran punto y seguido de la época dorada de la música cubana en España. A partir de Lágrimas negras, el gusto de los españoles por la música de la isla se diversificó mucho y de nuevo otra película, Habana Blues (2005) jugó un papel fundamental, teniendo un singular éxito entre el público más joven -a quienes Orishas ya tenían encandilados desde hacía tiempo con su hip-hop latino en A lo cubano (1999)- y despertando el interés por nuevos y emergentes géneros como el funk afrocubano. Una mirada en perspectiva nos llevará fácilmente a la conclusión de que ese periodo de unos quince años dejó sonidos y recuerdos para la posteridad y una afición aún mayor por ese pequeño universo musical, único en el mundo, que es Cuba.

En los últimos años, han habido varios ejemplos de nuevas modas. No sabemos cuánto durarán, pero ahí están. Un caso destacado es el de la música tuareg. La cosa empezó fuerte, con el salto a la fama del grupo Tinariwen, lo que les llevó a tocar en WOMAD, The Roll Back Malaria Concert, Africa Calling… Llevaron el blues sahariano por todo el globo. Unos años más tarde, Real World Records, sello insignia de la fiebre por la música étnica de principios de los 90, lanza Ishumar, del grupo Toumast. Quizá una simple casualidad. Pero más tarde, el por entonces joven sello Cumbancha publicó un álbum de Bombino, un joven berebere cuya música cuadra exactamente con el estilo nacionalista y reivindicativo de los dos grupos anteriores. El sello World Village, de Harmonia Mundi, también se subió al tren tuareg y lanzó Aratan N Azawad, de Terakaft, por lo que ya hay otro trabajo similar en el mercado. A todo esto hay que añadir el más reciente Images de Kidal (2012), de Imidiwen. No creo que sea una coincidencia. Se juntan el hambre del público por la música tuareg y el deseo de las compañías tanto de complacer esa necesidad como de sacar beneficio económico. Esto es, huelga decirlo, absolutamente lógico y normal.

Más. Uno de los más recientes y repentinos booms ha sido el protagonizado por la música garífuna. Hasta hace bien poco, los garinagu eras unos desconocidos para los europeos. El sello beliceño Stonetree Records ya había publicado discos de música garífuna: Paranda (2000), que reunió a los viejos mitos de la música tradicional, tuvo un notable éxito entre la crítica especializada y asentó las bases de lo que vendría después. Pero la gran bomba cayó años después cuando Andy Palacio, el que fuera rey de la música popular de Belice, publicó en Cumbancha su primer disco de música tradicional en solitario: Wátina (2007). Pegó un petardazo sólo comparable al del previamente mencionado de Buena Vista Social Club: disco del año en World Music Charts Europe, Global Rythm, Songlines, National Geographic Music, álbum internacional más vendido en Amazon; Palacio elegido Artista para la Paz de la UNESCO, mejor artista de las Américas en los premios de la BBC 3… Al año siguiente, el mismo sello saca Umalali, un disco en el que las mujeres garífuna cantan canciones tradicionales. Desgraciadamente, un infarto acaba demasiado pronto con la vida de Andy Palacio en 2008… y tres años después Real World Records publica, en su honor, el segundo trabajo de un amigo suyo, el también garífuna Aurelio Martínez. No han habido, que yo sepa, nuevos trabajos significativos de músicos garífuna, aunque intuyo que aún no ha acabado esta bendita avalancha. Andy siempre quedará en el recuerdo de los que amamos la música étnica. Además, los hispanohablantes somos unos privilegiados por contar con un excepcional documental, La aventura garífuna, el cuarto episodio del programa de Todo el mundo es música (TVE), grabado antes de su muerte.



Como véis, existen multitud de casos y estas fiebres repentinas seguirán apareciendo. Durarán más o menos, eso no importa. Lo realmente importante es el legado que dejen. En los casos concretos de garífunas y tuaregs aún no ha acabado el ciclo y es pronto saber qué quedará de ellos en los años venideros. Además, no todo son explosiones de furor colectivo ante nuevas e inexploradas músicas. A veces es un proceso gradual, que avanza lenta pero inexorablemente. Desde hace ya muchos años se viene viendo un creciente interés por la música balcánica, aupado, entre otras cosas, por el éxito de músicos como Emir Kusturica, fanfarrias gitanas como Fanfare Ciocărlia o el klezmer judío. La influencia de esta música ha traspasado fronteras y ya no podemos hablar de artistas locales de fama global, sino de un fenómeno mucho más amplio que ha influenciado a bandas de todo el mundo como La Mano Ajena o Gogol Bordello. Aquí también ha jugado un papel importante el cine, como por ejemplo las películas de Tony Gatlif y el propio Kusturica. De igual forma, el fado portugués está viviendo una nueva juventud, completamente metido en una espiral ascendente de popularidad, tan moderada como imparable. Y esto es así gracias a nuevos artistas como Mariza, António Zambujo, Ana Moura o Cristina Branco que han sabido, aún guardando su esencia, darle los nuevos aires que buscaba el gran público.

¿Quién será el siguiente bendecido?

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